Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL


1280
Legislatura: 1888-1889 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 11 de diciembre de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Silvela
Número y páginas del Diario de Sesiones: 9, 123-126
Tema: Crisis ministerial y desórdenes ocurridos en varias ciudades y en la capital de la Monarquía con motivo de la propaganda política del Sr. Cánovas del Castillo

Yo creo, en efecto, Sres. Diputados, que para algunos, y no solamente para algunos, sino para muchos amigos de S.S., el Sr. Silvela ha estado esta tarde blando; creo también que para algunos de sus adversarios habrá estado duro; pero yo, a diferencia de sus amigos y de sus adversarios, creo que S.S. no ha estado ni duro ni blando, sino que ha estado hecho un verdadero patriota y un verdadero conservador, como no se estilaba aquí serlo, porque S.S. ha hecho declaraciones importantes que convenía que el partido conservador hiciera para que fuese verdadero partido conservador, en el sentido en que lo son y con el carácter que tienen todos los partidos conservadores de Europa; carácter y sentido que no se había presentado hasta ahora en el partido conservador español. Yo me felicito, pues, de esto. Las declaraciones que ha hecho S.S. son, por lo mismo, importantes en este sentido, y además, porque al mismo tiempo que las hacía las practicaba. El partido conservador ha venido condenando la conducta del Gobierno liberal porque permitía la propaganda, y ya lo habéis visto, el Sr. Silvela esta tarde ha defendido la propaganda legal de todos los partidos.

Yo me felicito, pues, de esas declaraciones del señor Silvela y de esa rectificación respecto de su conducta en cuanto se relaciona con el partido liberal y con el Gobierno liberal, que era combatido hasta aquí precisamente porque defendía y protegía las propagandas que S.S. ha defendido esta tarde, y ha pretendido además, y con razón, que se protejan. Lejos, por tanto, de oponerse el partido liberal y el Gobierno liberal a la propaganda del partido conservador, se felicita de que el partido conservador haga la propaganda que quiera de sus ideas.

La nota oficiosa a que se ha referido el Sr. Silvela según la que, nada menos que en el Congreso de Ministros [123] se había condenado la propaganda que hacía el partido conservador, es una nota que será todo lo oficiosa que se quiera, pero que yo declaro desde aquí completamente falsa. Lejos de eso, el partido liberal y el Gobierno liberal se congratulaban de la propaganda que empezaba a hacer el partido conservador; y para que la hiciera, el Gobierno liberal había puesto de su parte todo lo posible, y está dispuesto a proteger dicha propaganda con la misma eficacia (y si fuera posible desigualdad ante la ley, con mayor eficacia) que la propaganda de los demás partidos. Si alguna vez ha sido necesario defender con los elementos de fuerza de que el Gobierno dispone la propaganda de algún partido, el Gobierno los ha usado para protegerla, siquiera en esa propaganda se condenara la conducta del Gobierno en términos verdaderamente injustos, y más que injustos arbitrarios.

Yo estoy, pues, por perdonar a mi distinguido amigo particular el Sr. Silvela todas las demás cosas que ha dicho contra el Gobierno y toda la cizaña que ha querido sembrar en la mayoría, en gracia del servicio que ha hecho al partido conservador y a las ideas liberales con las declaraciones que hemos oído aquí esta tarde, y por la manera como ha practicado lo mismo que ha sostenido.

Por lo demás, el Sr. Silvela puede creer lo que quiera respecto de la manera como yo he resuelto la crisis, proponiendo a la aprobación de S. M. el Ministerio que he tenido la honra de presentar esta tarde al Congreso de los Sres. Diputados; pero yo no puedo resolver las crisis de distinta manera de cómo lo he hecho. Amigos míos son los que han venido a este Ministerio; amigos míos son los que han quedado fuera de él. ¿De qué modo quería S.S. que se resolviera la crisis? ¿Quería el Sr. Silvela que le consultara el modo de resolverla?

Su señoría está en un error al creer que yo he consultado a personas influyentes que están fuera de mi partido, porque yo no he consultado a nadie, ni siquiera he oído a nadie fuera de mi partido, en los dos días que ha durado la crisis, y la he resuelto como he creído conveniente.

Yo la he resuelto como lo he creído conveniente a los intereses del partido, a los intereses de la mayoría; y en último resultado, yo le agradezco a S.S. la oficiosidad de meterse en estas cuestiones de familia, y así como diciendo que no se mete, excitar a otros para que se metan; pero déjelos S.S., que ellos no necesitan andadores, y si alguno quiere hacerlo, ya lo hará sin las excitaciones de S.S., mientras que con ellas, los creo tan buenos amigos, que estimo que si tuvieran intención de mezclarse en estas cuestiones, se abstendrían desde el momento en que S.S. los excita a hacerlo. Digo esto, porque declaro con toda ingenuidad que si yo pensara hacer una cosa, bastaría que S.S. me la indicase para que yo creyera que hacía mal en realizarla.

Conste, pues, que ni de parte del partido liberal ni de parte del Gobierno ha habido la menor dificultad para que el partido conservador haga su propaganda y con eso haya entrado en una costumbre que antes no sólo no tenía, sino que reprobaba hasta en los demás partidos. Que a consecuencia de esa propaganda, o por otras causas, sobrevino un atentado brutal, como S.S. ha dicho, en Zaragoza; y en eso, ¿qué tiene que ver el partido liberal, ni qué tiene que ver el Gobierno? Que a consecuencia de esto, o por otras causas, ocurrió otro atentado igualmente reprobable, aunque no creo que tenga parecido, en Sevilla, atentado que tomó mayores proporciones, no por culpa del partido liberal ni por culpa del Gobierno, sino por culpa de quien no quiero en este momento decir porque no me conviene, ni hay para qué decirlo, que por esas u otras causas presenciara Madrid, ¿por qué no decirlo? el triste espectáculo a que dio lugar la vuelta del Sr. Cánovas; ¿qué culpa tiene de eso el Gobierno? (El Sr. Cánovas del Castillo pide la palabra).

El Gobierno hubiera deseado que ninguno de esos hechos hubiese tenido lugar, y en cuanto ha estado en su mano ha procurado evitarlo; pero el mismo señor Silvela sabe que muchas de esas cosas no las pueden evitar los Gobiernos, que no las han evitado nunca, ni aquí ni en ninguna parte.

Yo no quiero hablar de los sucesos de Sevilla, aunque esos sean de aquellos en que puede colocarse a todos los partidos, menos al conservador, en mejores condiciones; pero he de decir algo de los tristes sucesos de Madrid. ¿Podía haberse evitado la manifestación? Yo creo que no; porque yo considero imposible detener la afluencia de gentes que en un domingo, usando de su perfecto derecho, invade el paseo del Prado, no en grupos, sino ordenada y pacíficamente, como en aquella mañana afluyeron a aquel espacioso paseo por la Carrera de San Jerónimo, calles de Alcalá, de las Huertas y otras, en número de 16 a 18.000 personas. ¿Cómo era posible evitar esto, Sres. Diputados? Pues sacando las tropas de los cuarteles, tomando militarmente todas las avenidas y produciendo una indignación y una irritación con el pueblo de Madrid que hubiera sido infinitamente peor. (Bien, bien).

Ya está la gente en el Prado, y en número igual, poco más o menos, al que antes he dicho, porque es difícil apreciarlo con exactitud; sin embargo, personas acostumbradas a hacer esa clase de cálculos, comparaban la muchedumbre que había allí a las diez de la mañana de aquel día, a la que suele concurrir al mismo sitio el martes de Carnaval. (Risas). ¿Era posible, repito, disolver aquel gentío que llenaba la vía pública desde cerca de la estación de Atocha hasta la Cibeles? Únicamente empleando las tropas de la guarnición para que por medio de cargas de caballería fuera empujando la muchedumbre hacia las demás calles de la villa, para que entre tanto pudiese entrar en la población el Sr. Cánovas del Castillo entre las bayonetas de los soldados del ejército español. ¿Era eso lo que podía pretender el Sr. Cánovas del Castillo? Pues yo declaro que entre lo que pasó, que es muy desagradable, que yo lamento tanto como S.S. y más aún, porque se refiere a su persona y porque lo creo verdaderamente injusto; entre esto y entrar escoltado por las bayonetas de los soldados, prefiero cien veces entrar como el Sr. Cánovas del Castillo entró, y que me sucediera a mí lo que pasó a S.S. Es más: creo que en el fondo de su conciencia así lo piensa también S.S. (El Sr. Cánovas del Castillo: No). ¿No? Pues lo siento por S.S. (Risas). (El Sr. Cánovas del Castillo: Y a mí me da lástima por S.S.).

Llega al Prado el Sr. Cánovas del Castillo, y empezó una manifestación que claro está que no puede menos de condenar toda conciencia honrada; pero tal como era la situación en aquellos momentos, y compuesta, sobre todo, la muchedumbre que allí estaba [124] y más próxima al paso de los carruajes, de muchachos y de estudiantes en su mayor parte, ¿se podía haber procedido de otra manera que como se procedió?

Desde por la mañana, cuando yo supe cómo afluía la gente al Prado, dije: es inevitable la manifestación. Consulté a las autoridades de Madrid, y éstas, al convenir conmigo en que era imposible evitar la manifestación, consagraron todo su celo y toda su actividad a evitar y a impedir toda agresión personal; y el gobernador, que me está oyendo, me dijo: yo respondo a Vd. con mi vida de las personas del Sr. Cánovas y sus acompañantes.

Otro procedimiento había, y era, haber hecho uso de la fuerza en el momento de empezar la manifestación hostil; haber intentado la represión por la fuerza. Pues ni aún así se hubiera evitado la manifestación hostil, y todavía se estarían tocando los efectos de la represión por la fuerza, porque tal como estaba el Prado, era imposible que la represión se hubiera llevado a cabo sin producir muchas y grandes desgracias. En ese sentido pronuncié yo las palabras a que el Sr. Silvela se ha referido.

Desagradable es, censurable es lo que ha pasado al Sr. Cánovas; pero que considere el mismo Sr. Cánovas (éstas eran, poco más o menos, mis palabras), que considere el mismo Sr. Cánovas, y que considere el mismo partido conservador, cuál sería su situación hoy, si por emplear la fuerza hubiéramos ensangrentado en poco o en mucho las calles de Madrid. (Bien).

Se dice que el Gobierno que consiente eso, que el Gobierno que no puede evitarlo, manda, pero no gobierna. ¡Ah, Sr. Silvela! Si eso fuera cierto, el primero que no gobernaría cuando llegara al poder, sería el partido conservador; porque eso mismo, y en mayor escala, le ha sucedido, y el partido conservador no pudo evitar manifestaciones del Prado, ni impedir que a la sombra de aquellas manifestaciones se cometieran grandes abusos, graves delitos, y ocurrieran cosas mucho más importantes que cuanto sucedió el 11 de noviembre.

Pero, ¿a qué hablar del partido conservador, del partido liberal, ni de ningún partido de España? ¿Se evitan, se pueden evitar esas manifestaciones en otras partes? ¿Se han evitado en Inglaterra, en Italia, en Francia y en Alemania? Pues a nadie se ha ocurrido decir que no hay Gobierno en esos países, porque semejantes actos se hayan realizado, y a nadie se ha ocurrido sostener que allí hay el derecho del tumulto en las calles, derecho que el Sr. Silvela ha tenido el atrevimiento de decir que nosotros hemos declarado.

El Sr. Cánovas ha pasado por una contrariedad, y dicho sea de paso, no es S.S. el único que en España ha pasado por ella; es una contrariedad por la que hemos pasado otros muchos; lo que hay es que hemos tenido más resignación; la hemos considerado como una contrariedad natural de la vida pública; nos hemos resignado; hemos esperado con clama a que la opinión pública la condene, y yo ni aún el trabajo de condenarla me tomé jamás. Creo que no hay hombre político de importancia que no haya sufrido alguna contrariedad semejante; porque esto sucede a todos los hombres públicos, lo mismo en Europa que en América. ¿No sabe el Sr. Cánovas del Castillo (claro es que lo sabrá) que al día siguiente de sufrir S.S. esa contrariedad, pasaba el insigne Gladstone por otra contrariedad semejante en Oxford? El 12 de noviembre trataron al insigne Gladstone con la misma injusticia, pero con la misma brutalidad con que por parte de algunos fue tratado el Sr. Cánovas del Castillo. ¿Y sabe S.S. cómo se ha considerado aquello en Inglaterra? Gladstone no dijo una sola palabra, y los periódicos dieron cuenta de ello como si se tratase de una noticia cualquiera.

¿Y qué hizo el Gobierno inglés, y qué hizo la policía? Pues mientras la cosa no pasó de insultos y de groserías dichas contra el insigne Gladstone, cruzarse de brazos, procurando estar allí a su lado para impedir una agresión personal. Eso fue, ni más ni menos, lo que hizo la autoridad de Madrid con el Sr. Cánovas del Castillo; responder con su persona de la persona del Sr. Cánovas del Castillo.

No tengo que repetir aquí lo que les ha ocurrido a los hombres más eminentes de otros países. ¿Por qué? porque en esos países hay una costumbre que, por lo visto, se va a establecer aquí; y yo voy a ser franco con el Sr. Cánovas del Castillo; costumbre que a mí no me gusta, y de la cual he procurado huir todo lo que he podido, disgustando a mis amigos, a mis correligionarios, y a mi partido; que es la de que los partidos vayan de pueblo en pueblo propagando sus ideas y condenando las de sus adversarios; porque desde el momento en que esto se erige en sistema, y desde el instante en que los hombres políticos van a buscar la opinión de esa manera, se expone lo mismo a la aprobación que a la desaprobación. (Muy bien, muy bien). A mí, repito que el sistema no me gusta. Yo he tratado de emplearlo lo menos posible, y sólo cuando ha sido necesario para curar males dentro de mi partido; pero jamás me ha gustado ir en propaganda de pueblo en pueblo, no sólo predicando la bondad de mis doctrinas, sino sosteniendo la inconciencia de las doctrinas de los demás, y peor que todo eso, combatiendo a los hombres eminentes de los otros partidos.

En último resultado hay que convenir en que cuando se adopta ese sistema, es forzoso exponerse a las consecuencias; porque si se combate no sólo la conducta y las doctrinas de los partidos, sino que también, y algunas veces hasta con insultos a los hombres importantes de los mismos, como esos hombres importantes no dejan de tener protectores y amigos a quienes les parecerá mal eso, tratarán de oponer la desaprobación a lo que otros quieren aprobar.

Yo declaro que no admitiendo la aprobación, claro está que menos aún apruebo la censura en la manera y en la forma con que las muchedumbres suelen manifestarla, y que considero que esto debe prohibirse.

Lo que no creo fácil, es que a la primera manifestación hostil de la manera brutal con que las masas suelen hacer esas demostraciones, se pueda empezar a sablazos y a tiros. Entonces estarían demás los tribunales; los agentes de la autoridad sirven para prender a todo el que falte a la ley y llevarlo ante los tribunales; sólo cuando se puede admitir y emplear la fuerza contra la fuerza.

Eso es lo que se hace en todas partes, y eso es lo que yo creo que se hizo aquí, porque, en mi opinión, no se podía hacer más, sin exponerse a mayores males, el día triste para mí, porque lo es también para el Sr. Cánovas del Castillo, a que el Sr. Silvela se ha [125] referido; sin que eso sea significar de ninguna manera que el Gobierno ni el partido, en una parte de él pequeña ni grande, declare y proclame el derecho a la rebelión, ni el derecho a las manifestaciones hostiles, que contra la voluntad del Gobierno, y a pesar del Gobierno, ocurrieron, como muchas otras veces las ha habido, y bien hostiles, por cierto, contra la voluntad del partido conservador.

Tampoco hay que pasar por los gritos subversivos, aunque los den pocos; pocos o muchos, los gritos subversivos son un delito que hay que castigar, y, en caso necesario, reprimir con energía. Pero considere el Sr. Silvela, que si en una muchedumbre de 10 a 12.000 personas hay cuatro o seis gritos subversivos, proferidos a la sombra y con el escudo de la misma muchedumbre, no es fácil reprimirlos en el acto, porque no está bien que paguen justos por pecadores. Lo que se hace en casos semejantes, es procurar que los agentes de la autoridad, previa y debidamente distribuidos, prendan a esos perturbadores del orden público y los sometan a los tribunales.

Su señoría ha hecho una pintura triste del país en la última parte de su discurso, suponiendo que languidece, que la Nación muere, que los resortes de la autoridad se aflojan por todas partes, y que todo, en una palabra, está perdido. Si S.S. hubiese probado esas ideas generales con algunos hechos, yo podría contestarle; pero como se ha conformado con esa generalidad que dicen todos los que combaten al Gobierno, S.s. me ha de perdonar que le diga que no debe hacer uso de esas vaguedades, porque tiene muchos elementos y cuenta con recursos superiores a esos que acostumbran a empelar aquellos que no tienen los medios de S.S. ni cuentan con su elocuencia.

El país está como estaba antes; en mi opinión, mejor que estaba antes. Nuestro país no es un país rico ni floreciente en todos los ramos de la riqueza, ni; es un país que necesita trabajar, que necesita economizar, que necesita ser prudente para vivir con algún desahogo, y esto que sucede ahora, sucedía antes, y repito que en mi opinión ahora sucede menos. Por lo demás, no sé de dónde se saca S.S. que los resortes de las autoridades están flojos y rotos. La autoridad en todas partes es respetada; y en cuanto a los principios esenciales de gobierno, en cuanto a las instituciones, en mi opinión, hay muchos más respetos, hay muchas más consideraciones y mucho más cariño que yo creo ha habido nunca, o por lo menos, hay tanto como cuando ha habido más. (Aprobación).

Las últimas frases de S.S. verdaderamente me han molestado, porque sobre la crisis ministerial y sobre el cambio de Ministros de un departamento a otro, ha hecho S.S. ciertas deducciones que en boca de S.S. no están bien, porque no estrían bien en boca de nadie. ¿Qué ha querido decir S.S. con aquello de que se pretendía quitar del Ministerio de Ultramar ni de ningún otro Ministerio manos indiscretas? ¿Es que S.S. tiene algo concreto que decir respecto de ese punto? Pues dígalo S.S., aunque sea vago; pero ¿qué quiere decir eso de venir a arrojar sombras ni sospechas sobre la buena fe, sobre la honradez y el buen deseo que anima a todos y cada uno de los Ministros de la Corona? ¿A dónde vamos a parar? ¿Qué quiere decir eso? Su señoría, que ya confiesa los errores del partido conservador y se resigna a que el partido liberal siga mucho tiempo en el poder, porque al fin y al cabo no le parecen tan mal sus ideas y se promete no rechazar las leyes que realice, toda ver que ha ofrecido representarlas cuando el partido conservador ocupe el poder; S.S., ya que no tiene medios de atacar al partido liberal y a sus Gobiernos por medio de la política, porque tiene que confesar los errores de la política suya, quiere venir aquí a arrojar sombras y sospechas respecto a la sinceridad y a la buena fe con que todos procedemos en la gestión de los negocios públicos.

Espero que S.S. dé explicaciones sobre ese punto, y como es muy delicado y a todos nos conviene aclararlo, espero también que S.S. esté tan explícito como interesa, para que yo pueda estarlo a mi vez en la contestación que he de darle. (Bien, muy bien, en la mayoría). [126]



VOLVER AL MENÚ PRINCIPAL